Con Sabor a Leña

COMER Y BEBER
CON SABOR A LEÑA

"Para mí, un sancocho hecho en leña y un sancocho hecho sobre una estufa de gas son dos platos diferentes. El sabor, el aroma y hasta la textura son distintos. De hecho, cualqueir cosa hecha sobre leña sabe mejor".

ELENA HERNANDEZ
mosaico@prensa.com

Mi primera experiencia con una hoguera fue en el quinto grado, cuando era niña exploradora. Las guías nos habían llevado a acampar en las montañas de Coclé, y una de mis tareas consistía en recoger leña para encender un fuego. En aquella época mis conocimientos culinarios consistían básicamente en abrir latas de pork and beans y ensartar malvas en palitos para asarlas hasta casi chamuscarlas, sumergirlas en sirope de chocolate (de botella) y rodarlas por coco rallado. Nos sentábamos todas alrededor de la fogata a cantar Cumbayá y a contar historias de tuliviejas y silampas.

El siguiente acontecimiento relacionado con el fuego que viene a mi memoria es la tradición del lado cubano de mi familia que consistía en asar un lechón entero debajo de la tierra, cada 31 de diciembre. Mi padre, Manuel, aliñaba el animal con iguales cantidades de ajo, orégano y sal, lo cubría de jugo de naranja agria y lo dejaba marinando en la nevera durante dos días. En la víspera de Año Nuevo y pala en mano abría un hoyo en el patio de nuestra casa. El lechón, dentro de un enorme cajón, se bajaba con cuidado al fondo de aquel hoyo, su última morada. Se tapaba con una hoja de zinc gigante, y sobre ésta, se encendía un fuego con leña. A veces colocaba una parrilla encima del fuego y ponía una olla para hervir la yuca que se serviría con el tradicional mojo, y en otra, se cocían los frijoles para el congrí. La cocción del animal era un proceso largo que empezaba temprano en la mañana y terminaba a la hora de la cena, tiempo durante el cual, Manuel y sus amigos se sentaban en el patio a "cuidar" el asado y refrescarse del calor, premiando su propio esmero con daiquirís y mojitos cubanos. En el aparato de música se escuchaban chistes de Álvarez Guedes y sonaba la Guantanamera. Cada dos horas alimentaban el fuego con ramas de un palo de guayaba y le echaban un "ojo" al asado, momento que mi padre aprovechaba para pellizcar la piel que poco a poco se comenzaba a tostar y hacer "chicharrón" - a la hora de la cena, el pobre cerdito llegaba a la mesa medio desnudo-. Leer todo el artículo.

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EL AMOR POR LA COCINA: Con Sabor a Leña


1.08.2006

Con Sabor a Leña

COMER Y BEBER
CON SABOR A LEÑA

"Para mí, un sancocho hecho en leña y un sancocho hecho sobre una estufa de gas son dos platos diferentes. El sabor, el aroma y hasta la textura son distintos. De hecho, cualqueir cosa hecha sobre leña sabe mejor".

ELENA HERNANDEZ
mosaico@prensa.com

Mi primera experiencia con una hoguera fue en el quinto grado, cuando era niña exploradora. Las guías nos habían llevado a acampar en las montañas de Coclé, y una de mis tareas consistía en recoger leña para encender un fuego. En aquella época mis conocimientos culinarios consistían básicamente en abrir latas de pork and beans y ensartar malvas en palitos para asarlas hasta casi chamuscarlas, sumergirlas en sirope de chocolate (de botella) y rodarlas por coco rallado. Nos sentábamos todas alrededor de la fogata a cantar Cumbayá y a contar historias de tuliviejas y silampas.

El siguiente acontecimiento relacionado con el fuego que viene a mi memoria es la tradición del lado cubano de mi familia que consistía en asar un lechón entero debajo de la tierra, cada 31 de diciembre. Mi padre, Manuel, aliñaba el animal con iguales cantidades de ajo, orégano y sal, lo cubría de jugo de naranja agria y lo dejaba marinando en la nevera durante dos días. En la víspera de Año Nuevo y pala en mano abría un hoyo en el patio de nuestra casa. El lechón, dentro de un enorme cajón, se bajaba con cuidado al fondo de aquel hoyo, su última morada. Se tapaba con una hoja de zinc gigante, y sobre ésta, se encendía un fuego con leña. A veces colocaba una parrilla encima del fuego y ponía una olla para hervir la yuca que se serviría con el tradicional mojo, y en otra, se cocían los frijoles para el congrí. La cocción del animal era un proceso largo que empezaba temprano en la mañana y terminaba a la hora de la cena, tiempo durante el cual, Manuel y sus amigos se sentaban en el patio a "cuidar" el asado y refrescarse del calor, premiando su propio esmero con daiquirís y mojitos cubanos. En el aparato de música se escuchaban chistes de Álvarez Guedes y sonaba la Guantanamera. Cada dos horas alimentaban el fuego con ramas de un palo de guayaba y le echaban un "ojo" al asado, momento que mi padre aprovechaba para pellizcar la piel que poco a poco se comenzaba a tostar y hacer "chicharrón" - a la hora de la cena, el pobre cerdito llegaba a la mesa medio desnudo-. Leer todo el artículo.

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